FICHA
Jorge
Francisco Isidoro Luis Borges, más
conocido como Jorge Luis Borges, fue un destacado escritor de cuentos, poemas y
ensayos argentino, extensamente considerado una figura clave tanto para la
literatura en habla hispana como para la literatura universal.
Nacimiento: 24 de agosto de 1899, Buenos Aires
Fallecimiento: 14 de junio de 1986, Ginebra,
Suiza
Cuentos: El Aleph, La biblioteca de Babel entre otros
Premios: Premio Miguel de Cervantes, Premio Jerusalén,
Cónyuge: María Kodama (m. 1986–1986), Elsa Helena Astete Millán (m. 1967–1970)
Jorge Luis Borges
(Buenos
Aires, 1899 - Ginebra, Suiza, 1986) Escritor argentino considerado una de las
grandes figuras de la literatura en lengua española del siglo XX. Cultivador de
variados géneros, que a menudo fusionó deliberadamente, Jorge Luis Borges ocupa
un puesto excepcional en la historia de la literatura por sus relatos breves.
Aunque
las ficciones de Borges recorren el conocimiento humano, en ellas está casi
ausente la condición humana de carne y hueso; su mundo narrativo proviene de su
biblioteca personal, de su lectura de los libros, y a ese mundo libresco e intelectual
lo equilibran los argumentos bellamente construidos, simétricos y especulares,
así como una prosa de aparente desnudez, pero cargada de sentido y de enorme
capacidad de sugerencia.
Recurriendo
a inversiones y tergiversaciones, Borges llevó la ficción al rango de fantasía
filosófica y degradó la metafísica y la teología a mera ficción. Los temas y
motivos de sus textos son recurrentes y obsesivos: el tiempo (circular,
ilusorio o inconcebible), los espejos, los libros imaginarios, los laberintos o
la búsqueda del nombre de los nombres. Lo fantástico en sus ficciones siempre
se vincula con una alegoría mental, mediante una imaginación razonada muy
cercana a lo metafísico.
Ficciones (1944), El Aleph (1949)
y El Hacedor (1960) constituyen sus tres colecciones de
relatos de mayor proyección. A pesar de que su obra va dirigida a un público
comprometido con la aventura literaria, su fama es universal y es definido como
el maestro de la ficción contemporánea. Sólo su ideario político pudo impedir
que le fuera concedido el Nobel de Literatura.
Biografía
Jorge
Luis Borges procedía de una familia de próceres que contribuyeron a la
independencia del país. Un antepasado suyo, el coronel Isidro Suárez, había
guiado a sus tropas a la victoria en la mítica batalla de Junín; su abuelo
Francisco Borges también había alcanzado el rango de coronel. Pero fue su
padre, Jorge Borges Haslam, quien rompiendo con la tradición familiar se empleó
como profesor de psicología e inglés. Estaba casado con la delicada Leonor
Acevedo Suárez, y con ella y el resto de su familia abandonó la casa de los
abuelos donde había nacido Jorge Luis y se trasladó al barrio de Palermo, a la
calle Serrano 2135, donde creció el aprendiz de escritor teniendo como
compañera de juegos a su hermana Norah.
En aquella casa ajardinada aprendió
Borges a leer inglés con su abuela Fanny Haslam y, como se refleja en tantos
versos, los recuerdos de aquella dorada infancia lo acompañarían durante toda
su vida. Con apenas seis años confesó a sus padres su vocación de escritor, e
inspirándose en un pasaje de Don
Quijote de la Mancha redactó su
primera fábula cuando corría el año 1907: la tituló La visera fatal.
A los diez años comenzó ya a publicar, pero esta vez no una composición propia,
sino una brillante traducción al castellano de El príncipe feliz de Oscar Wilde.
En el mismo año en que se inició
la Primera Guerra Mundial, la familia Borges recorrió los inminentes
escenarios bélicos europeos, guiados esta vez no por un admirable coronel, sino
por un ex profesor de psicología e inglés, ciego y pobre, que se había visto
obligado a renunciar a su trabajo y que arrastró a los suyos a París, a Milán y
a Venecia hasta radicarse definitivamente en la neutral Ginebra cuando estalló
el conflicto.
Borges era entonces un adolescente que devoraba incansablemente la obra de los escritores franceses, desde los clásicos como Voltaire o Víctor Hugo hasta los simbolistas (Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé), y que descubría maravillado el expresionismo alemán, por lo que se decidió a aprender el idioma descifrando por su cuenta la inquietante novela de Gustav Meyrink El golem.
Hacia 1918 lee asimismo a autores en
lengua española como José Hernández, Leopoldo Lugones y Evaristo Carriego, y
al año siguiente la familia pasa a residir en España, primero en Barcelona y
luego en Mallorca, donde al parecer compuso unos versos, nunca publicados, en
los que se exaltaba la revolución soviética y que tituló Salmos rojos.
En Madrid trabará amistad con un
notable políglota y traductor español, Rafael Cansinos Assens, a quien
extrañamente, a pesar de la enorme diferencia de estilos, proclamó como su maestro.
Conoció también a Valle-Inclán,
a Juan Ramón Jiménez,
a Ortega y Gasset,
a Ramón Gómez de la Serna,
a Gerardo Diego... Por
su influencia, y gracias a sus traducciones, fueron descubiertos en España los
poetas expresionistas alemanes, aunque había llegado ya el momento de regresar
a la patria convertido, irreversiblemente, en un escritor.
La
juventud ultraísta
De regreso en Buenos Aires, en 1921
fundó con otros jóvenes la revista Prismas y, más tarde, la revista Proa;
firmó el primer manifiesto ultraísta argentino, y, tras un segundo viaje a
Europa, entregó a la imprenta su primer libro de versos: Fervor de Buenos Aires (1923). Seguirán entonces numerosas
publicaciones, algunos felices libros de poemas, como Luna de enfrente (1925)
y Cuaderno San Martín (1929), y otros de ensayos, como Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El
idioma de los argentinos, que desde
entonces se negaría a reeditar.
Durante los años treinta su fama
creció en Argentina y su actividad intelectual se vinculó a Victoria Ocampo y Silvina Ocampo; las
hermanas Ocampo le presentaron a su vez a Adolfo Bioy Casares,
pero su consagración internacional no llegaría hasta muchos años después. De
momento ejerce asiduamente la crítica literaria, traduce con minuciosidad
a Virginia Woolf,
a Henri Michaux y
a William Faulkner y
publica antologías con sus amigos; frecuenta a su maestro Macedonio Fernández y
colabora con Victoria Ocampo en la fundación de la emblemática revista Sur (1931),
en torno a la cual se moverá lo mejor de las letras argentinas de entonces (Oliverio Girondo, Enrique Anderson Imbert y
el mismo Bioy Casares, entre otros).
En 1938 fallece su padre y comienza a
trabajar como bibliotecario en las afueras de Buenos Aires; durante las
navidades de ese mismo año sufre un grave accidente, provocado por su
progresiva falta de visión, que a punto está de costarle la vida. Al agudizarse
su ceguera, Borges deberá resignarse a dictar sus cuentos fantásticos, y desde
entonces requerirá permanentemente de la solicitud de su madre y de su amigos
para poder escribir, colaboración que resultará muy fructífera. Así, en 1940,
el mismo año en que asiste como testigo a la boda de Silvina Ocampo y Bioy
Casares, publica con ellos una espléndida Antología de la literatura fantástica, y al año siguiente una Antología poética argentina.
En 1942, Borges y Bioy se esconden
bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq y entregan a la imprenta unos graciosos
cuentos policiales que titulan Seis
problemas para don Isidro Parodi.
Sin embargo, su creación narrativa no obtiene por el momento el éxito deseado,
e incluso fracasa al presentarse al Premio Nacional de Literatura con sus
cuentos recogidos en el volumen El
jardín de senderos que se bifurcan (1941),
los cuales se incorporarán luego a uno de sus más célebres libros, Ficciones (1944),
obra con que se inicia su madurez literaria y el pleno reconocimiento en su
país.
Del
peronismo a Videla
En 1945 se instaura el peronismo en
Argentina, y su madre Leonor y su hermana Norah son detenidas por hacer
declaraciones contra el nuevo régimen: habrán de acarrear, como escribió muchos
años después Borges, una "prisión valerosa, cuando tantos hombres
callábamos", pero lo cierto es que, a causa de haber firmado manifiestos
antiperonistas, el gobierno de Juan Domingo Perón lo
apartó al año siguiente de su puesto de bibliotecario y lo nombró inspector de
aves y conejos en los mercados, cruel humorada e indeseable honor al que el
poeta ciego hubo de renunciar, para pasar, desde entonces, a ganarse la vida
como conferenciante.
La policía se mostró asimismo
suspicaz cuando la Sociedad Argentina de Escritores lo nombró en 1950 su
presidente, habida cuenta de que este organismo se había hecho notorio por su
oposición al nuevo régimen. Ello no obsta para que sea precisamente en esta
época de tribulaciones cuando publique su libro más difundido y original, El Aleph (1949),
ni para que siga trabajando incansablemente en nuevas antologías de cuentos y
nuevos volúmenes de ensayos antes de la caída del peronismo en 1955.
En esta diversa tesitura política, el
recién constituido gobierno lo designará, a tenor del gran prestigio literario
que ha venido alcanzando, director de la Biblioteca Nacional, e ingresará
asimismo en la Academia Argentina de las Letras. Enseguida los reconocimientos
públicos se suceden: Doctor honoris
causa por la Universidad de Cuyo,
Premio Nacional de Literatura, Premio Internacional de Literatura Formentor
(que comparte con Samuel Beckett), Comendador de las Artes y de las Letras en
Francia, Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, Premio
Interamericano Ciudad de Sèo Paulo...
Inesperadamente,
en 1967 contrae matrimonio con una antigua amiga de su juventud, Elsa Astete
Millán, boda de todos modos menos tardía y sorprendente que la que formalizaría
pocos años antes de su muerte, ya octogenario, con María Kodama, su secretaria,
compañera y lazarillo: una mujer mucho más joven que él, de origen japonés, a
la que nombraría su heredera universal. Pero la relación con Elsa fue no sólo
breve, sino desdichada, y en 1970 se separaron para que Borges volviera de
nuevo a quedar bajo la abnegada protección de su madre.
Los
últimos reveses políticos le sobrevinieron con el renovado triunfo electoral
del peronismo en Argentina en 1974, dado que sus inveterados enemigos no
tuvieron empacho en desposeerlo de su cargo en la Biblioteca Nacional ni en
excluirlo de la vida cultural porteña.
Dos años después, ya fuera como
consecuencia de su resentimiento o por culpa de una honesta alucinación,
Borges, cuya autorizada voz resonaba internacionalmente, saludó con alegría el
derrocamiento del partido de Perón por la Junta Militar Argentina, aunque muy
probablemente se arrepintió enseguida cuando la implacable represión de Jorge Videla comenzó
a cobrarse numerosas víctimas y empezaron a proliferar los
"desaparecidos" entre los escritores. El propio Borges, en compañía
de Ernesto Sábato y
otros literatos, se entrevistó ese mismo año de 1976 con el dictador para
interesarse por el paradero de sus colegas "desaparecidos".
De
todos modos, el mal ya estaba hecho, porque su actitud inicial le había
granjeado las más firmes enemistades en Europa, hasta el punto de que un académico
sueco, Artur Ludkvist, manifestó públicamente que jamás recaería el Premio
Nobel de Literatura sobre Borges por razones políticas. Ahora bien, pese a que
los académicos se mantuvieron recalcitrantemente tercos durante la última
década de vida del escritor, se alzaron voces, cada vez más numerosas,
denunciando que esa actitud desvirtuaba el espíritu del más preciado premio
literario.
Para
todos estaba claro que nadie con más justicia que Borges lo merecía y que era
la Academia Sueca quien se desacreditaba con su postura. La concesión del
Premio Cervantes en 1979 compensó en parte este agravio. En cualquier caso,
durante sus últimos días Borges recorrió el mundo siendo aclamado por fin como
lo que siempre fue: algo tan sencillo e insólito como un "maestro".
La
obra de Jorge Luis Borges
Borges
es sin duda el escritor argentino con mayor proyección universal. Se hace
prácticamente imposible pensar la literatura del siglo XX sin su presencia, y
así lo han reconocido no sólo la crítica especializada, sino también las
sucesivas generaciones de escritores, que vuelven con insistencia sobre sus
páginas como si éstas fueran canteras inextinguibles del arte de escribir.
Borges fue el creador de una
cosmovisión muy singular, sostenida sobre un original modo de entender
conceptos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. Sus narraciones y
ensayos se nutren de complejas simbologías y de una poderosa erudición,
producto de su frecuentación de las diversas literaturas europeas, en especial
la anglosajona (William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad son
referencias permanentes en su obra), además de su conocimiento de la Biblia, la
Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la
filosofía. Su riguroso formalismo, que se constata en la ordenada y precisa
construcción de sus ficciones, le permitió combinar esa gran variedad de
elementos sin que ninguno de ellos desentonara.
Los
inicios poéticos
Borges había conocido en Madrid a los
jóvenes escritores del grupo ultraísta, que se nucleaban en torno al poeta
andaluz Rafael Cansinos Assens. A su retorno a la Argentina, a comienzos de la
década de 1920, difundió entre sus pares esa nueva concepción de la poesía y
las imágenes poéticas, principalmente dentro del grupo de los escritores
vanguardistas. El primer libro de poemas de Borges fue Fervor de Buenos Aires (1923), en el que ensayó una visión personal
de su ciudad, de evidente cuño vanguardista.
En 1925 dio a conocer Luna de enfrente y,
tres años más tarde, Cuaderno San Martín, poemarios en los que aparece con insistencia su
mirada sobre las "orillas" urbanas, esos bordes geográficos de Buenos
Aires en los que años más tarde ubicará la acción de muchos de sus relatos.
Puede decirse que en estos primeros libros Borges funda con su escritura una
Buenos Aires mítica, dándole espesor literario a calles y barrios, portales y
patios. El poeta parece rondar la ciudad como un cazador en busca de imágenes
prototípicas, que luego volcará con maestría en sus versos y prosas.
En 1930 publicó Evaristo Carriego,
un título esencial en la producción borgeana. En este ensayo, al tiempo que
traza una biografía del poeta popular que da título al libro, se detiene en la
invención y narración de diferentes mitologías porteñas, como en la poética
descripción del barrio de Palermo. Evaristo
Carriego no responde a la estructura
tradicional de las presentaciones biográficas, sino que se sirve de la figura
del poeta elegido para presentar nuevas e inéditas visiones de lo urbano, como
se manifiesta en capítulos tales como "Las inscripciones de los
carros" o "Historia del tango".
Hacia 1932 da a conocer Discusión,
libro que reúne una serie de ensayos en los que se pone de manifiesto no sólo
la agudeza crítica de Borges, sino también su capacidad en el arte de conmover
los conceptos tradicionales de la filosofía y la literatura. Además de las
páginas dedicadas al análisis de la poesía gauchesca, este volumen integra
capítulos que han servido como venero de asuntos de reflexión para los
escritores argentinos, tales como "El escritor argentino y la
tradición", "El arte narrativo y la magia" o "La
supersticiosa ética del lector".
En 1935 aparece Historia universal de la infamia, con textos que el propio autor califica como
ejercicios de prosa narrativa y en los que es evidente la influencia de Robert Louis Stevenson y G. K. Chesterton.
Este volumen incluye uno de sus cuentos más famosos, "El hombre de la
esquina rosada"; le siguieron los ensayos de Historia de la eternidad (1936).
La
madurez de un narrador
El accidente casi mortal que sufrió a
fines de 1938 marcó el antes y el después de su destino: de él saldría con la
secuela del avance irreversible de su ceguera y con la decisión de enfrentarse
a la creación de ficciones, cuyo primer fruto será el memorable relato El sur,
y el libro que iniciará la ininterrumpida sucesión de sus obras maestras: El jardín de senderos que se bifurcan (1941). A partir de ese momento, la vida y la
obra de Borges entran en una madurez y en una creciente divulgación en círculos
concéntricos, que sólo se interrumpirán con su muerte, casi medio siglo más
tarde.
Con ser todo ello significativo para
la vida del autor, lo más destacable del proceso es el reconocimiento que
Borges hace de sí mismo y de su obra a partir del comienzo de los años
cuarenta, y que le impulsa a la creación de ese género a mitad de camino entre
la narrativa, el ensayo, la glosa, la sinopsis de libros que nunca serán
escritos y la investigación erudita, que definirá mejor que nada su título
acaso más representativo, Ficciones, que en 1944 marca el ecuador de la obra de
Borges, no sólo por el nivel insuperable que alcanza, sino por la condensación
genérica que la caracterizará de allí en adelante.
Ciertamente, Ficciones (1944)
acabó de consolidar a Borges como uno de los escritores más singulares del
momento en lengua castellana. En la primera de sus partes, titulada El jardín de senderos que se bifurcan, reeditó la colección de ocho cuentos que había
publicado en 1941; en la segunda parte, Artificios, incluyó seis nuevos relatos, número ampliado a
nueve en la edición de 1956.
En
las páginas de este libro se despliega toda su maestría imaginativa, plasmada
en cuentos como "La biblioteca de Babel", "El jardín de los
senderos que se bifurcan" o "La lotería de Babilonia". También
pertenece a este volumen "Pierre Menard, autor del Quijote", relato o
ensayo (en Borges esos géneros suelen confundirse deliberadamente) en el que
reformula con genial audacia el concepto tradicional de influencia literaria,
así como su célebre cuento "La muerte y la brújula", en el que la
trama policial se conjuga con sutiles apreciaciones derivadas del saber
cabalístico, al que Borges dedicó devota atención.
El Aleph (1949), volumen de diecisiete cuentos, vuelve
a demostrar su maestría estilística y su ajustada imaginación, que combina
elementos de la tradición filosófica y de la literatura fantástica. Además del
cuento que da título al libro, se incluyen otros como "Emma Zunz",
"Deutsches Requiem", "El Zahir" y "La escritura del
Dios". El Hacedor (1960) incluía algunas piezas escritas
treinta años antes y sin embargo guardaba una sólida unidad entre todas sus
partes, no sólo formal sino también en cuanto a contenidos, siempre alineados
en la idea borgeana de que tanto los grandes sistemas de la metafísica como las
parábolas y las elucidaciones de la teología son elementos que forman parte del
gran mundo de la literatura fantástica.
La
consagración internacional
Con la obtención del Premio
Internacional de Literatura Formentor, que comparte con Samuel Beckett en
1961, la crítica descubre a Borges a nivel planetario, y las invitaciones, los
doctorados honoris causa, los ciclos de conferencias, los premios y las
traducciones a las más diversas lenguas se sucedieron en un vértigo incesante,
que lo convirtieron en uno de los escritores vivos de mayor prestigio y
reconocimiento universal.
El impactante y masivo reconocimiento
público de la figura y la obra de Borges debe ser situado como un efecto
derivado del llamado Boom de la literatura hispanoamericana. La
demanda por parte del público de obras de autores latinoamericanos no se agotó
con aquellos que originalmente pertenecían a la generación del Boom (Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti),
sino que se extendió a un grupo de escritores que, por edad y por preferencias
estéticas, no formaban parte de esa órbita, como Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, José María Arguedas o
el mismo Borges.
A pesar de la nutridísima
bibliografía de Borges, de pocos escritores como de él se puede afirmar que es,
en lo esencial, autor de un solo libro, desdoblado en distintas versiones o
aproximaciones, que sus Obras
Completas ejemplifican como otros tantos
frutos de un mismo árbol, ya que (como él mismo afirmó de Quevedo) más que un
escritor, Borges es en verdad "una vasta literatura".
Así, sus obras en prosa posteriores a
las mencionadas (Manual de zoología fantástica, 1957; El
libro de los seres imaginarios,
1967; El informe de Brodie, 1970; El
congreso, 1971; El libro de arena,
1975) incluyen con frecuencia poemas. Durante treinta años no había publicado
un solo verso, como para marcar una distancia definitiva con la etapa que
denominó "la gran equivocación ultraísta"; y sus entregas poéticas de
la madurez, como El otro, el mismo (1964), Para las seis cuerdas (1965), Elogio de la sombra (1969), El oro de los tigres (1972), La rosa profunda (1975)
o La moneda de hierro (1976), admiten poemas narrativos, algunos de
los cuales, como "El Golem", son auténticas ficciones que simplemente
han sido redactadas en verso.
La
obra de Borges se reparte también en un buen número de volúmenes escritos en
colaboración, tanto dedicados a la ficción como al ensayo. Engrosan el caudal
de sus escritos una gran cantidad de notas de crítica bibliográfica y
comentarios de literatura, aparecidos en diferentes publicaciones periódicas
argentinas y extranjeras, además de conferencias y entrevistas en las que
desplegó con inteligencia y mordacidad sus puntos de vista. Se trata de una
parte de su obra que, casi a la misma altura que sus libros considerados
mayores, ha sido objeto recurrente de comentario y estudio por parte de la
crítica y de numerosas recopilaciones.
FUENTES: BORGES, JORGE LUIS,
FICCIONES
BIOGRAFIAS Y VIDAS, RUIZA M, FERNANDEZ, T, y TAMARO E.